sábado, 24 de septiembre de 2011

La gente lee (III)

Leí a Saccomano por primera vez en las páginas de D’Artagnan cuando escribía Sam Malone, un detective con guiños hacia el policial negro. Después el nombre de su personaje (y su propia estampa con algo de caricatura) lo usó Trillo para que Altuna dibujara al amigo del Loco Chávez (Trillo era el modelo para el Loco).
Pero eso es historia antigua. Saccomano abandonó la historieta (después de hacer con Mandrafina, El condenado, una joya a leer también) y se dedicó a escribir denserio.
El 21, después del sol, empecé a leer su último libro, Un maestro, la historia de su compañero de colimba el Nano Balbo. El propio Saccomano cuenta así dónde y cuándo comenzó todo:  
Al salir de la colimba el Nano y yo, como tantos pibes que habíamos compartido aquel año y medio de confinamiento en un cuartel en la Patagonia, nos perdimos. En los años de la dic­tadura alguien me comentó que el Nano estaba desaparecido. Y eso creí. Que estaba desaparecido.
Hace tres años, en invierno, en una feria del libro de San Martín de los Andes, se me acercó un maestro. "Te manda salu­dos el Nano Balbo", me dijo. Me sorprendí. "Santiago Balbo", dije. "Orlando", me corrigió. "El Nano", dijo. "Al menos para nosotros es el Nano." "Está vivo", atiné a decir. Le pedí su telé­fono. "Te lo doy", me dijo, "pero no vas a poder hablar: está sordo. Quedó sordo de la tortura", me contó. "Mejor ponele un mail."
El libro en cuestión arranca de esta manera con la voz del Nano:
“Cuando se acercaron las elecciones con mi padre salimos a cazar. Cazábamos por deporte y también para comer, por­que yo las liebres las vendía. Tenía catorce años y me había comprado una carabina de precisión para no perder balas. Mi padre me dijo: «Mirá, me vas a acompañar de caza para la campaña electoral». A mí me pareció raro eso. «Ya te voy a explicar», me dijo. Nos metimos en una estancia y pedimos permiso para que nos asignaran un campo. Nos mandaron donde no había hacienda para no pegarle un tiro a una vaca. Íbamos a cazar. Pero no cazábamos nada. Mi padre se colgaba la escopeta en la espalda y caminaba. « ¿Por qué no tirás?», le preguntaba. «Ya vas a ver.» A la tardecita nos fuimos a la matera donde estaba toda la peonada y mi padre empezó a hablar. « ¿Van a votar como el patrón?», preguntaba. Así hici­mos campaña política en el corazón de las estancias. Al prin­cipio los paisanos nos miraban. Después prestaban atención.”

Y cuando un libro empieza así, me dan ganas de seguir. Se los recomiendo

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